
Productos de la pastelería La Estrella
Anna y Judith, dos jóvenes catalanas de 25 años que han rescatado una pastelería histórica de Barcelona: "Para nosotras era una obligación hacerlo"
El local cuenta con más de 200 años y es un establecimiento protegido que había cerrado
También te puede interesar: Úrsula Corberó y su nuevo proyecto: "Es posible que me tengáis hablando en catalán"
Noticias relacionadas
- Así es el pueblo más pobre de Cataluña: en un paraje natural con menos de 1.200 habitantes
- El municipio más barato para veranear en Cataluña, según la IA: "Tiene los precios más bajos en alojamiento y restauración de la Costa Brava"
- La peor ciudad para vivir en Cataluña, según Lucía Sánchez: "Es un caos y no está hecha para mí"
El goteo de establecimientos históricos que cierran en Cataluña es constante. Casi cada mes se conoce una situación parecida. El patrimonio se tambalea y los locales cierran por los alquileres imposibles, la falta de relevo generacional o la gentrificación que hace imposible la tienda de toda la vida.
Aun así, siempre hay noticias que apaciguan las aguas. Si hace un mes Crónica Global hablaba de la resurrección de la librería Sant Jordi de Barcelona, ahora es el turno de hablar del rescate a una pastelería con dos siglos de historia.
Considerada la pastelería más antigua de la ciudad, La Estrella cerró sus puertas en el barrio Gótico. La propietaria se jubilaba y no había quien se quedara el local, pero tampoco se podía tocar porque es un espacio protegido.
Una vecina pasó y se lo comentó a Anna Campos, actual propietaria, y tuvo claro que era “una oportunidad que nunca hubiera imaginado tener”. No lo dudó y se hizo con ella.
Un compromiso
“Para mí fue casi una obligación”, declara la joven catalana de 25 años a La Xarxa. Ella y su amiga Anna no sólo habían pasado por allí en numerosas ocasiones, sino que también recuerdan haber comprado pasteles y dulces allí.
Ahora, han cumplido un sueño y han rescatado un negocio de cerca de 200 años. Judith se encarga del horno, Judith de la tienda. Ambas, en realidad, a lo que se dedican es a guardar la esencia de un negocio.
Conservar el patrimonio
Cada día, la encargada del obrador usa un horno bicentenario casi único para hacer el pan y otros productos. “Le da una forma especial”, asegura. Quizás el sabor de la tradición y de la comida no prefabricada.
Ellas no han querido tocar nada, “no podíamos, pero tampoco queríamos”, aseveran, así que cuando uno atraviesa la puerta del local viaja a la pastelería de toda la vida: la que tiene una madera noble que sujeta una barra de noble donde sirven el pan, los pasteles y los dulces.
La historia de La Estrella
Cabe recordar que este establecimiento del Raval fue fundado en 1825, en una Barcelona que aún estaba rodeada de murallas y donde la calle Nou de la Rambla, donde están, respondía al nombre de Conde del Asalto.
En aquel entonces, el Paral·lel aún no existía y la ciudad apenas empezaba a imaginar el futuro que se le venía encima. Desde entonces, la pastelería ha sobrevivido a guerras, dictaduras, cambios de régimen y modas, hasta convertirse en un fósil vivo del patrimonio barcelonés.

Pastelería La Estrella
Mobiliario protegido
El local está catalogado con la máxima protección patrimonial, no solo por su historia comercial, sino por su valor arquitectónico. La decoración de mediados del siglo XX, que sustituyó un anterior interior modernista, ha sido respetada al milímetro por las nuevas propietarias.
Incluso los mostradores y el escaparate original se conservan, en un homenaje silencioso a todo lo que fue. Su estética es de época, con molduras de madera, mármol, vitrinas clásicas y una lámpara central que aún hoy ilumina las mañanas del barrio.
Una propuesta reconocida
Allí, Anna trabaja cada mañana con el mismo horno de vuelta centenaria que sigue funcionando —ahora con gas—, manteniendo recetas tradicionales y dulces. Judith, mientras tanto, se encarga de atender a los clientes, que se acercan a desayunar con la familiaridad de quien vuelve a casa.
Los vecinos parecen estar agradecidos con su gesto. Han salvado un negocio bicentenario y les dan un pan y unos dulces que siempre han amado, aunque con su toque particular. Por su parte, los turistas descubren un lugar que no se parece a ningún otro.